Ai otro lado de la puerta de ebano Meliberto esperaba con expresi6n de susto. El joven, inc6modo, camin6 por esa pieza demasiado grande para su gusto, desde la que nadan doce pasillos que desembocaban a 10 lejos en puertas de distintos colores. Ai fondo, ancha y alfombrada en gris, se alzaba una escalera que llevaba a los distintos niveles. Recorri6 con una mirada las paredes: alineados, via retratos de personas, algunas algo extraiias Tal parecia que todo el bosque se hubiera ido a instalar sobre el gran mueble de caoba.
Meliberto apoyo su brazo en la mesa, cansado por los trescientos escalones que habia subido, y dio un saIto, horrorizado cuando de la madera escapo un quejido: "jay, que dolor! El, con paso inseguro, se dejo llevar por las primas hacia uno de los rincones, y pronto estuvieron acomodados en un estrecho silloncito tapizado con listas doradas y negras.
Y se quedo en silencio sin saber que agregar. Sus ojos color cafe con leche recorrieron las paredes, las pestanas de colas de pavo real se agitaron y pestaneo como si cada parpado Ie pesara un kilo. Malvina sintio que su corazon se evaporaba mas rapido que gota al sol. Ahora, convertido en trovador, viaja por las regiones componiendo canciones para la gente triste --explico Meliberto.
Marisapo y Malvina se miraron, horrorizadas. Etelvina detuvo su narracion. Claudia y Francisco esperaban. Otro dia sigo. Y salio de la habitacion, sin dar las buenas noches. Una nunca sabe las vueltas de la vida -agreg6. No 1b. H Y - Y me gus an conoces casi nada, excepto el supermercado y e arno. La falda y blusa de seda se las coloc6 en un dos por tres, y se mir6 al espejo. Meliberto Ie habia dicho que ra linda; no necesitaba mas arreglo.
Se pein6 con los dedos, y se sent6 en la cama a pensar. La luz azul que aun no desapareda invadi6 con fuerza la habitaci6n, y la rode6 por completo. Cuando golpearon a la puerta, respondi6 "adelante", distraida. Claudia y Francisco miraron sorprendidos. El nino indic6 el reflejo que atravesaba los vidrios y pareda entrar en los llneas suaves por las pupilas de la joven. Movi61as manos como para disipar humo. Etelvina se enderez6. Todo regres6 a la normalidad.
Etelvina se puso de pie. Precipitada, los tom6 de la mano. Etelvina, a pumo de arrepentirse, mantuvo sus pies pegados a la acera, pero Claudia ya se encaramaba como un gato. Etelvina se complico entera. No lograba asir las monedas en el fondo del bolsillo de su faida que flotaba cerca de la puerta abierta; las piernas delgadas. Y no se afirme en mi espalda, senonta. FranClsCO noS cuida.
El caballero se quejo fuerte; y la gente se volvio a mirar. Etelvina no aguanto mas. Francisco Ia miro, impactado. Por primera vez la veia furiosa. Y el resultado era impresionante: la piel transparentaba un intenso tono verde y desde las pupilas se desprendian fulgores del mismo color. El chofer piso con lentitud el freno, estaciono con suavidad su vehiculo y contemplo a los pasajeros con dlido afecto.
Con mirada algo fija, pronuncio: -Ruego al publico tenga a bien disculpar el brusco manejo de mi maquina, situacion que no volvera a suceder. Puso en m? Era el centro comercial favorito de los ninos.
La ayularon a descender, y mientras el microbus se alejaba con la placidez de una balsa, comenzaron a caminar. Etelvina, ' n ademanes de absoluta fascinacion, miraba todo. La bruja 10 contemplo de reojo. Mas sabroso que salsa de chinchipati. A los pocos minutos, los tres saboreaban barquillos 'oronados por una bola de crema helada. Etelvina dio un vigoroso lenguetazo y Cuando las gotas azucaradas chorrearon una a una, el levant6 la cabeza, y sigui6 levantandola hasta mirar a la nervi os a Etelvina que no sabia que cara poner.
El mir6 de abajo hacia arriba. Y Etelvina de arriba hacia abajo. Etelvina lanz6 una especie de bufido sofocado y se sujet6 al hombro de Francisco. Los ojos negros y pequenos se perdian en los del vendedor de joyas artesanales. El muchacho arregl6 una panoleta roja alrededor de su cuello y dio unos pasitos de baile en el mismo sitio: -Pulseras, pulseritas para las damas bonitas La bruja trag6 saliva.
Tanto temblaban sus manos que las sujet6 una contra otra hasta que un hueso cruji6 como vidrio quebrado. Hizo un gran esfuerzo: -Me gus-tan tus pul-pulseras Elige, entonces. Pero no me llamo Meliberto -arrodillado junto a la tela oscura, organiz6 sus joyas para que lucieran mejor-. EI muchacho recogia con rapidez las pulseras y las guardaba en una bolsita plastica. Pero me llamo Roberto, que termina en "berto", por eso a 10 mejor te confundiste, flaquita.
No hada caso de los ninos que la tironeaban por los lados, llenos de verguenza. Nadle puede tener sus mismas pestanas ni su m! S eI dejaba caer sus parpados en 'sa forma lenta. Roberto se impacient6. Haz memoria, te 10 suplico. Tal , fue la angustia de esa voz aguda, que Roberto se 'ncontro respondiendo:. Mi papa se llama Heriberto y m! Y un sobrino recien nacido. Etelvina hundi6 la rna no en el hombro de Francisco y I'a i cae al suelo.
La bruja manote6 como para respirar mejor. FranCisco, sonrojado, sac6 el dinero del bolsillo de la f. Gastaste todo tu dinero en cuarenta pulseras de bronce. Me hiciste pasar verguenzas. Preguntaste nada mas que tonterias: ino salgo mas contigo! Claudia 10 mir6 mas enojada aun: -No seas malo con Etel.
Ella quiso preguntar, porque Por -pregunt6, a su vez, ya olvidada de su defensa. Quiero decir Ay, Eteivina No me hagan caso. Soy una tonta; tu tienes raz6n, Francisco. Y no hab16 mas. Regresaron a casa en otro autobus. Esta vez soport6 los virajes con la mirada perdida en una senora de cabellos rojos. Pero cuando esta descendi6, sus ojos seguian fijos en el mismo lugar. A 10 mejor esta 'ontaglada de un virus Cerrs 0Jos, y concentr6 su atenci6n en Elena, que seguia hablando.
Pero callo: Etelvina Ie sonreia, sumisa, y paso por su lado en medio de saltitos. Elena cub rio su cara con las flores que arreglaba para que Eduardo no la viera reir. Ella mir6, sorprendido. Eduardo medit6 antes de responder. Pero, si, creo que que habiamos quedado? La bruja tenia ya pensada la respuesta.
La nariz se aguz6 cuando apreto los delgados labios para elegir bien las palabras: -SieI? Ahora, atenClon Malvina y Marisapo invitan a Meliberto a tomar te al castillo negro.
Cuando la campana parlante anuncia su llegada, corren a abrir. Meliberto no oculta su asombro ante los extranos detalles del castillo. Pero el asombro de las primas es aun mayor cuando el muchacho anuncia que su padre es un trovador. Es decir, es un mortal. Francisco Y Claudia esperaban. Cuando Etelvina entr6 al dormitorio, el nino se apuro en decir: -Dile que no, porque te va a pedir una pulsera.
Por toda contestacion Etelvina extendio sus brazos haCla Claudia. Y tu, no seas malhumorado; se te formara una arruga en la frente mas profunda que la del Grande entre los Enormes. Es mala educaci6n reir fuerte ante un invitado. No te preocupes, Meliberto, ella es asi, siempre muy alegre. Pero ahora Marisapo habia callado de golpe y sus o jos oblicuos 10 miraban con tanta intensidad y fijeza que MelibeIto, desorientado, retrocedi6 y choc6 de espaldas con la mesa de ocho patas que esta vez lanz6 dos grunidos y tres suspiros.
De un brinco regres6 junto a las primas, justo cuando aparecia Momo. El cocinero salud6 con una profunda venia y sonrisa a Meliberto, y Malvina los invit6 a pasar al comedor.
No hablaron mucho. La princesa ofrecia, con modales que trataban de ser finos, tostadas con dulce de uva rosada y te de hojas de naranjo y lim6n. Cuando los tres se miraban en busca de algun tema para hablar, Marisapo se desliz6 en su silla negra: -Conque eres un mortal, i eh? Tom6 de un brazo a Meliberto y 10 arrastr6 hacia el pasillo que desembocaba en la salita azul.
Atras seguia Marisapo, languida y lenta, sin despegar el verdor de sus pupilas del joven que avanzaba a zancadas, impulsado por la fragil figura de la princesa brula.. Meliberto volvi6 a quedar instalado al medio de las ninas, y esta vez Marisapo no dej6 que su prima la interrumpiera: -iD6nde esta tu padre, el soldado?
Son canciones hermosas, porque el es un artista que ve 10 que vale la pena ver. Y yo soy como el -agreg6 con aire modesto. Meliberto medit6. Cierta vez dos ninas, dulces y buenas, pidieron a mi padre que les compusiera un zejel para alegrarlas. Una estaba apenada por el aniversario de la muerte de su padre y la otra lloraba su desconsuelo porque Ie habian cortado las trenzas.
Mi padre s6lo tenia tiempo para atender a una de elIas Debe ser terrible que a uno Ie corten c1 cabello, claro que s6lo si es hermoso -y enro1l6 un mech6n cobrizo en sus dedos. Meliberto, sin dejar de contemplar a la princesa, coment6: -En cierto modo tienes raz6n: si ella -apunt6 a Malvina que se estremeci pierde uno solo de sus hermosos cabellos lacios, yo de inmediato Ie compondria una canci6n -y lanz6 una risita.
Una especie de maullido 10 hizo callar: Marisapo, de pie y con las manos verdes, retrocedia hacia la puerta. Ahogada de celos y rabia corri6 los ocho pisos alfombrados, lleg6 a su dormitorio y pate6 la almohada hasta que el pie se Ie cans6.
Malvina tom6 de la mana a su amigo y 10 llev6 hacia la puerta de ebano. A trope zones Ie explic6 que su prima estaba algo de mal genio y que regresara manana. Malvina, con el coraz6n feliz y agitado, corri6 aver a su prima. La encontr6 sentada en su cama y con un almohad6n destrozado entre sus manos. Segundo: el no sabe que somos brujos.
Tercero: me gusta mucho. Y cuarto: jtu, s6lo por molestarme, te encargaste de que se interesara en ti y no en mi! Malvina se estremeci6. En algo su prima tenia raz6n: iD6nde se ha visto a un mortal y a una bruja enamorados? Trat6 de calmarse; se acerc6 a la brujita de ojos rasgados y gesto rabioso, y Ie acarici6 la cabeza como si fuera una nifiita: -Ya, ya Ni su culpa tampoco. Es cierto, Meliberto es muy bello Y de pronto cambi6 de actitud.
Mir6 a la princesa que bajaba la cabeza, preocupada, y comenz6 a canturrear entre dientes. Aument6 el volumen de su canto, poco a poco, mientras arreglaba sus cabellos que despedian violentos reflejos rojiverdes. Hasta que de golpe ca1l6. Malvina, desconcertada, la escuch6 decir: -Te dec1aro la guerra, primita. Veremos quien conquista al hermoso mortal. Y que suceda 10 que suceda. Sera un cambio en la rutina.
Dio media vuelta y sali6 de la pieza con un portazo. La luz verde qued6 suspendida un buen rata en ellargo corredor alfombrado. Es mala prima. Etelvina apret6 sus manos y trato de pensar rap1do. Y a ti no te da la impresi6n de que 10 conoces tambien? Eduardo habia llamado E para avisar que no se preocuparan, pues el bus de la senora y Marta se habia atrasado, pero en cualquier minuto estarian por alla.
Elena revisaba por tercera vez el dormitorio de Sebastian, acomodado para la visita, y tropezaba con los muebles a cada rato. Etelvina luchaba contra la tentaci6n de cambiar el color de unos claveles blancos por unos lilas, y paseaba con el florero en la mano. Ya en la manana habia onfundido la sabana de arriba con la de abajo; Elena se dio cuenta a ultima hora y terminaba de rehacerla.
Francisco y Claudia discutian y luego daban falsos avisos para ver c6mo la mama se arreglaba el pelo y sonreia. Hasta que Elena, nerviosa, grit6: - iPor favor! Cuando deda eso sin la expresi6n tranquila de siempre, todos sabian que era mejor estar quietos. Eso hicieron. Etelvina se insta16 en la punta de la cama que usaria la visita, y cuchiche6 con los ninos : -iSiempre viene la senora abuela? Ojala fueran tres- respondio el nino en otro susurro. En esos momentos la voz chillona de Claudia, que se habia levantado a mirar por la ventana, se escucho: -jMama, llego la abuelita!
Elena se arreglo el vestido y mira a su alrededor. Torno a Sebastian que hada rato estiraba los brazos a todo el que pasaba por su lado, y baja, seguida de todos. Etelvina camino hacia la puerta de entrada. Tenia que esforzarse por ser discreta. Las treinta y nueve puis eras sonaron cuando aliso bien su cabello. Escondida, vio a una senora algo maciza, con un flequillo ondulado, semicanoso, y un largo collar de perlas.
Abrazaba a sus nietos y lanzaba carcajadas porque Sebastian tenia casi medio collar adentro de la boca. Ahora los trancos pausados de la abuela avanzaron por el jardin. Iba en ruidosa conversacion con el hijo que cargaba dos maletas, la nuera, sonriente y amable, y los nietos que se disputaban un bolso lleno de zapatos.
Etelvina supo que era el momento. Aparecio tras la puerta, como si hubiera estado esperando su salida al escenario, y levanto una timida mano. Me ayuda con los ninos explico Elena, e hizo un gesto con los ojos a la joven para que saludara de una yez. Claudia fue la encargada de responder: -Son las pulseras que la acompanan, abuela. Y como me regal a una, ahora solo Ie quedan treinta y nueve. La senora reinicio su paso. La bruja mantenia la sonrisa y la mano sin saber si saludarla con un apreton amistoso, 0 un abrazo cordial, 0 decir "buena manana senora abuela" junto a una sena simpatica.
Por 10 men os durante las dos primeras horas. Etelvina apareda de cuando en cuando, muy tiesa, y sonreia con la lengua bien encajada en la enda. Luego, arrancaba. Se moria por opinar 0 comentar en las conversaciones, pero la mirada de esa senora la inhibia; era igual a Ila de Eduardo y Francisco: como flechas de puntas agU2;adas que se hundian en sus ojos para saber mas.
Pero cuando la senora Elena pregunto como estaba el tiempo en el sur, y la abuela respondia con un gesto de fastidio: -Ay, hija, no me digas nada: llueve y llueve. Entonces Etelvina ni se dio cuenta e interrumpio: -Mucho mas bonito es ver llover luz En mi cast La senora Marta mira a Elena. Los ninos callaron. Y si tu quieres 10 puedes escuchar, porque Etel estaria muy contenta, iverdad, Francisco? El nino se encogio de hombros. En esos momentos Etelvina asomo la cabeza en la habitaci6n.
Los ninos tienen que comer. Si la senora abuela 10 desea puede irse al dormitorio, porque la senora Elenita tiene que ayudarme en la cocina. Hizo una venia y salio, caminando con gran lentitud. Elena dijo "permiso, senora Marta", y la siguio.
Etelvina la esperaba. Trato de ser muy simpatica, muy educada, pero no Ie gusto! Elena cerr61a puerta. Hab16 con mucha seriedad, mayor a la que jamas Etelvina supuso que podria tener: -Mira, Etel, contr61ate, iquieres?
Ella es muy Etelvina tenia la boca apretada. Se veia tan indefensa, que Elena cambi6 de actitud. Pero trata de no decir tantas cosas que nadie te entiende Y Etelvina sonri6.
Elena sali6 mas preocupada de 10 que habia entrado. No sabia si era mejor la tristeza 0 el buen humor de su protegida. Tras ella sali6 la bruja. Pas6 pOl' su lado y Ie susurr6: -Recuerde: manana preparo yo el almuerzo. Ahora, haga usted la comida; yo tengo algo que hacer arriba.
Con un suspiro, Elena regreso a la cocina. La bruja golpeo varias veces en la puerta de la senora Marta, y cuando escucho un "adelante" asom61a cabeza. Muy pausada, y sonriendo cada dos palabras, anunci6: -Antes de la cena contare un cuento a sus nietos. La abuela qued6 con el collar a medio sacar y luch6 por no lanzar una carcajada. Pero, como tenia curiosidad por escuchar esa historia que tenia a los ninos tan entretenidos, la sigui6 con su paso sonoro.
Etelvina, sentada entre los ninos, hilaba sus pensamientos. La abuela tom6 a Claudia en sus brazos, y fruncio el ceno ante las pulseras que sonaban cada vez que la joven movia las manos. Y sin cambiar su expresi6n, se prepar6 a encontrar aburrida la famosa historia. Marisapo decide conquistarlo, y Malvina teme que su prima haga uso de un hechizo.
AI dia siguiente, Celso, el sapo mascota, escuch6 con gran atenci6n las quejas de la princesa bruja. Sentada cerca del pantano y bajo un frondoso granado, Malvina acarici6 una pata verde del sabio animal y termin6 de hablar. Te pareces demasiado a tu padre, el rey Morron: atolondrado.. Las patas elasticas saltaron tres veces en el mismo sitio. Ella fijo entonces su atencion en la otra orilla del pantano; ahi, donde habia visto por primera vez al muchacho y sus miradas se habian juntado de ribera a ribera.
Porque yo aconsejaria El sapo se acurruco: -iAunque eso signifique perder su amor? Los ojos grandes y redondos como cebollas, brillaron; las patas se desprendieron de la tierra en un saIto inmenso. Antes de caer sobre la copa del granado voceo: -Arriesgate, Malvina, y no te averguences de 10 que eres.
El vera 10 que vale la pena ver. La princesa corrio hacia el castillo negro. Tenia que buscar a Marisapo y convencerla de la necesidad de hablar con Meliberto.
El decidiria que hacer: huir 0 no. La llamo y la llamo. Los mozos-fideos, largos y delgados, giraron por los pasillos y habitaciones. Los mozos se detuvieron y la miraron. Los rostros -largos y angostos, donde boca, nariz y oj os se juntaban en una misma linea- crecieron. Levantaron los brazos y con un gesto de pavor desaparecieron.
Malvina to co el pesado picapofte y se encontro, frente a frente, con los ojos cafe con leche. Las pestanas se agitaron cuando ella 10 tomo de un brazo, sin demasiada cortesia, y 10 llevo de prisa por el pasillo, hacia la puerta azul. Meliberto entro de un brinco a la salita, donde largas ventanas a la altura del techo mostraban nubes deshilachadas que se abrian para dejar pasar una luz azulina e iluminar sus cabezas.
La princesa, sin cuidar demasiado sus modales -como sucedia cuando sus nervios estaban a punto de vibrar-, 10 sento en un tabu rete de patas talladas en forma de garras. Acerco otro identico, y se instalo cara a cara con su amigo. El espero. Sus parpados cayeron y se levantaron con esfuerzo. El hueso de su garganta bailo por la incertidumbre. Meliberto no se animo a decir 10 que pensaba.
El tom6 aliento. Pero, aparte de eso, todo es normal -dijo con una sonrisa endeble. Pero en la vida hay cosas que uno no entiende -respondio, pensativo. Habia llegado el momento. Y cuando te 10 diga, quizas me odies. Me arriesgo porque Pero no veo la relacion con los dientes de tu cocinero 0 con las quejas de la Malvina cerro los ojos. Malvina abrio los ojos, confundida. La reaccion de Malvina fue instantanea. El taburete cayo al suelo. Y Meliberto via a la dulce nina transformarse: algo verde la ilumino desde adentro y envio dos chorros por sus pupilas dilatadas.
Casi enceguecido, se incorporo. J amas renegare de mi condicion! Malvina detuvo sus palabras y con un grito se precipit6 sobre el.
El joven no se movi6. No entendia bien. S6lo atinaba a mirar a esa nina que de repente via de color verde y a sentir ese dolor en su sien derecha. Las manos de Malvina acariciaron las suyas con extremada suavidad y levant6 el rostro en busca de las ventanas.
Y desde a11i via descender cientos de esferitas azules y palpitantes que al chocar, en torbellinos, se impulsaron hacia abajo. Una tras otra fueron reventando con graciosos jplop!
Malvina no despegaba sus ojos tristes de el. Ella asinti6 con ternura. Cuando me enojo me pongo verde. Los humanos se ponen rojos. No hay gran diferencia. Y usamos nuestros poderes para ayudarnos Ustedes no tienen magia, pero tambien tienen leyes que deciden 10 que es justo.
Hay brujos buenos y malos. Y humanos buenos y malos. Meliberto quiso sentir miedo, y no pudo. Quiso salir escapando, y se arrepinti6.
Quiso decir que ella estaba equivocada, y comprob6 que tenia raz6n. Y, joh; S1! Malvina cerro los ojos para que la felicidad no fuera a escapar ni por sus pupilas. Y mientras los jovenes hadan planes, abajo, en el sotano, Marisapo daba vueltas y vueltas a las paginas de los Libros de Hechizos Prohibidos.
La senora via a sus nietos conversar con esa mujer de jos pequenos y de un brillo oscuro. Intento desviar la atencion hacia ella: -iBrujas buenas! Las brujas que conozco son buenas -insistio, altanera.
La abuela lanzo una risita. Dijo "buenas noches, ninos; buenas noches, hija", y salio on paso sonoro. Francisco se puso de pie. Sus ojos se caian de sueno. Pero la miro con la seriedad que tanto impresionaba a la joven, y dijo, con expresion de real convencimiento: -iSabes, Etel?
Al principio Meliberto me pareda un tonto. Despues 10 crei un cobarde. Y ahora, creo que es un buen tipo. Y baj6, precipitada, hacia su dormitorio. Contar su historia la estaba haciendo sufrir demasiado. Sentada en su cama, con el camis6n blanco que Ie habia regal ado Elena, pareda una estatua delgadita y triste. Vio omo la oscuridad invadia el patio de sombras, tambien la luna, redonda y plateada como los ojos de Celso.
Pestane6, y cada mana recibi6 un lagrim6n tibio. Y la senora abuela. Don Eduardo s me asusta cuando no entiende ro que digo. Claudita es un primor, y me alegra. La senora Elena me protege. Deberia estar feliz, pero tengo miedo, mucho miedo Hablando sola se qued6 dormida cuando ya la oscuridad mprendia la retirada. Despert6 con el ruido de tazas en la cocina.
De un salta se prepar6 a 10 que ffi:is apreciaba del siglo XX. Y cuando el agua golpe6 su espalda, y la canci6n del melocot6n y laud trovador se escuchaba en toda la cas a en medio de chapoteos, Elena supo que Etelvina pronto apareceria en el comedor.
A los pocos minutos entr6: sonriente, descansada y con el cabello estilando. Hizo una venia a la senora Marta, que la observaba con fijeza, y se encerr6 en la cocina.
Con el sombrero puesto y las luces bailoteando en sus manos, apareci6 no s una caja con salsa de chinchipati, sino otra que se mantuvo en el aire y pugnaba abrirse de un momento a otro. Regres6 a la cocina, y maniobr6 con las ollas. Justo cuando Francisco y la abuela entraban a tomar agua, la olla escap6 de sus manos, choc6 contra el suelo y volvi6 a ellas como si hubiera sido de goma. Oli6, intrigada -iY que esta cocinando? Si no hace preguntas, estare agradecida -respondi6 Etelvina.
Y el almuerzo fue un exito. Luego que Etelvina sirvi6 el primer plato las conversaciones cesaron. La senora Marta palade6 cada bocado y no 10gr6 reconocer ningun ingrediente. Etelvina la via partir con el cuchillo un trozo de algo que pareda duro y se dividi6 como mantequilla luego de dejar escapar un jugo tierno y dorado. Los tenedores trabajaron, incansables, en busca del ultimo trozo de aquello tostado que bullla sin quemar, era algo espeso pero se deshada entre los dientes y mantenia en la boca un sabor indefinido y suave.
Cuando Etelvina y Elena retiraron los platos y apareci6 la salsa de chinchipati en copas de alto pie, los ninos aplaudieron y Eduardo coment6: -En esto a Etelvina nadie se la gana, mama. Pero Etelvina ya estaba preparada. Para no mentir omitiria 10 mejor posible y saldria del paso con una respuesta apropiada.
Por eso, cuando las cuchar,as. La senora Marta, sorprendida, mir6 a su hijo. Elena la entiende mejor - replic6. Pero esta, luego de observar a Etelvina que apretaba sus manos con desconcierto, se limit6 a comentar: -iSabia 's uegra que reiniciare mis cursos de pintura? Las cejas de la abuela desaparecieron en la linea de sus abellos. Eduardo se adelant6: -Ai fin la convend, mama -y mir6, satisfecho, a su mujer. Mir6 hacia Etelvina, pero esta ya desapareda.
El pensamiento de Meliberto ya no la deJaba vivir. Y el rostro del artesano Roberto volvia a su mente a cada instante. Era casi Meliberto. A no ser por sus actitudes mas locas y su forma precipitada de hablar. Tenia que volver a verlo. Y lograr un encuentro con esos familiares cuyos nombres terminaban en "berto". Y, sin saber que luego de eso ya no regresaria a casa, se dispuso a regar los tres pequenos arboles del patio.
Recordo el lugar donde habia despertado. Lleno de flores y colorido. Tambien recordo las palabras del Grande entre los Enormes: "iPrefieres ir al rincon mas austral del mundo, que para ese entonces ya tendra un nombre? Sus ojos, que no se asombraban del siglo, nunca dejaban de admirar la maravilla del agua escondida.
Por eso, un rapido cambio de animo la hizo sonreir, traviesa, yelevo la boca de la manguera hacia el cielo. Las gotas salieron disparadas con increible fuerza y se multiplicaron en cientos, en miles, en millones; unidas en el aire, caian, grandes como limones, sobre la bruja que bailaba en el cesped. La manguera, suspendida, seguia su trabajo, incansable, mientras des de una ventana del segundo piso Francisco empalidecia y empalidecia.
Sofoco un grito de miedo. La abuela dejo de jugar con Sebastian para mirado: -iTe duele algo? El nino nego con la cabeza y corrio a encerrarse a su dormitorio. Nadie 10 sa co de alli. Hasta que Etelvina golpeo a su puerta. Como nadie respondiera, entro. Francisco, sentado en su cama y con los ojos muy abiertos, grito: - jAndate, andate! El nino no respondio, pero en su cara se mezclaban la extraneza y el miedo. Etelvina sintio una punzada abrirse camino en medio de pecho.
Salio de la pieza, y tropezo con la abuela que ayudaba ' I Sebastian a caminar con pasitos y tambaleos. Claudia se arrastraba para estar a la altura del hermanito y reian a duo.
Ya, hija, vaya a buscar 'I coche de Sebastian, y espereme en la puerta de calle. Etelvina volo escaleras abajo. Su pecho subia y bajaba. No sabia que hacer.
Contra to do 10 esperado por Etelvina, Francisco acepto jr a la plaza. Camino con los ojos enrojecidos junto a la abuela in despegar la mirada del suelo. La bruja, de la mane con laudia, penso en la increible fuerza de voluntad del nino, y pregunto que estaria planeando. La senora Marta la saco de sus pensamientos: -iSabe, hija? Ayer me encontre cantando su cancion de melocotones y laudes trovadores Francisco y la senora Marta detuvieron su paso al mismo tiempo.
La plaza los recibi6 con barullo de gritos y pajaros. La senora decidi6 sentarse cerca de la palmera. Francisco no levantaba la cabeza, y Etelvina no se despeg6 de eI. Si ese nino deda 10 que pasaba por su mente, todo estaria perdido. Francisco levant6 con violencia su rostro y mir6 a la bruja que no pudo evitar empalidecer. Pero ella sentia una extrana angustia: no queria seguir con el cuento ni con nada.
S ansiaba una sonrisa de Francisco, y todo estaria bien. Pero la senora Marta, autoritaria, la hizo desistir: -Ya, pues,hija; si su cuento es tan entretenido debe concluirlo.
No se haga la interesante. Cuando este la escucha, cae al suelo y lastima su cabeza. Entonces 10 que ve, mas los cuidados de la princesa, terminan por convencerlo de que dice la verdad. Sin embargo, la acepta.
En el subterraneo Marisapo habia terminado de leer. Cerr6 un libro grande y pesado como tonel, y una nube de polvo la hizo estornudar. Con su c;asi. Cerr6 la puerta de hierro y luego de asegurarse de que nadie la veia deambular por el pasillo prohibido,. Ahora todo 10 que debia hacer era mlrarlo a los O OS, esperar a que pestaneara tres veces para asegurarse de que no pestanearia una cuarta, y decir, sin despegar. Escuch6 voces en la salita. La voz gangosa de Meliberto deda: -Te voy a cantar un zejel de mi padre artista.
Escuche cuando 10 componia en su taller mientras tallaba un laud. Dulce como pure de melocoton suave como el ritmo de mi laud te entrego mi amor Y Ie dio un beso. Marisapo sintio el verde teiiir sus mejillas y entro de un salto.
Con los ojos convertidos en pozos casi transparentes, miro a Meliberto. Las patas de garra de los taburetes se encogieron, la luz se detuvo frente a las ventanas que rodeaban el techo y las manos de la princes a temblaron cuando Meliberto pestaiieo: una, dos y tres veces Encanto y embrujo y estilo espaiiol, jmerengue, merengue!
Meliberto, fascinado ante la sonrisa que brillaba frente a el, alargo la mana hasta tocar un hombro de la brujita hermosa. Malvina, en un rincon, no podia creer 10 que sucedia ante su propia vista. No, era imposible. Su Meliberto no podia Pero si, ahi estaba mirando con expresion de absoluto arrobamiento a su prima. Cuando un sollozo iba a calmar el fuerte apreton que sentia en el pecho se escucho afuera un ruido como de nube al tocar el agua 0 del agua al convertirse en nube: el carro de niebla de Arevalo.
Habia llegado. Recordo las palabras de su madre al despedirse: "Ten todo listo; el Grande entre los Enormes vendra conmigo". Miro a Marisapo. Ella tambien habia escuchado. Paro de golpe de recitar y los labios se Ie pusieron blancos de susto. De un saltose escondio tras el sillon con patas de garras y su voz filuda advirtio: -jTodo es culpa tuya, Malvina!
Meliberto no perdia su mirada amorosa, y algo confuso respondio: -No tengo la culpa de amarte, bella Marisapito. Sus ojos pestanearon como 10 hada Meliberto. Etelvina se volvio, radiante. Su carita, enterrada en el hombro de la senora Marta, evitaba volverse hacia ella, pero jle habia hablado! La sonrisa aleteaba en la boca de Etelvina. Pero Francisco no dijo nada mas. La bruja entonces, y con un tono muy triste, tanto que el corazon de Francisco dio un violento salto, agrego: -Si yo pudiera lograr que Malvina fuera feliz Sebastian se habia quedado dormido con la pata de hule del conejo metida en la boca.
La senora Marta dejo de pensar en la respuesta incomprensible de Etelvina, se puso de pie y dio la orden de regresar a casa. Por toda respuesta Etelvina hizo tintinear sus treinta y nueve pulseras en una oreja de la nina, que lanzo una risita.
Pero Francisco se ensombreda ' mas y mas. Porque Etelvina era buena. Muy buena. I Iada cosas extranas, cosas que el no queria entender. Pero lenia la mirada mas triste que el habia visto en su vida. Todo esto pensaba mientras la espiaba tras las cortinas de la ventana de la cocina. Alla, en el patio, ella tocaba una hoja del pequeno ciruelo. La via sonreir, sola, como sucedia a menudo. De un salto se volvio a mirar a Claudia que entraba.
Claudia camino en puntas de pies y sus ojos brillaron de excitacion. Se empujaron uno al otro para dejarse hueco en la ventana y vieron a Etelvina correr hacia el limonero y luego al damasco Ahora retrocedia, como para dominar a los tres arboles de unfl sola mirada. Las pulseras brillaron cuando su rna no indico la tierra. Como si alguien borrara con una enorme goma un dibujo, los arboles comenzaron a desvanecerse en medio de movimientos temblorosos.
En cosa de segundos, los troncos eran lineas suaves y descoloridas; las ramas, trazos disparados hacia los lados y hacia arriba, y muchos drculos detenidos en el aire habian sido recien las hojas. La mana de la bruja subio de golpe y sssssss los tres En la tarde el nino se habia sobrepuesto. Del pavor inicial, ahora tenia.
Etelvina movi6 la cabeza, satisfecha. Regres6 a la cocina en medio de su luz azul. Y vio tras la ventana a los nifios que mira ban como si un elefante se hubiera aparecido en el patio. Claudia rompi6 el silencio. Abri6 la puerta y sali6 gritando: -jEtel, que lindo 10 que hiciste! Los ojos de la bruja se helaron. Pero su palidez era extrema. Etelvina corri6 hacia eI con Claudia colgada de su brazo: -jNifiitos Francisco no necesitaba explicaciones.
Menos aun cuando en el patio no terminaba de desvanecerse del todo el azul. Ya no queria saber nada. S queria poder respirar bien, porque Ie resultaba dificil con el coraz6n saltando en el cuello. La bruja dej6 de apretarse las manos y dar vueltas entre el lavaplatos y el refrigerador; con una voz parecida a un soplo, susurr6: -Vamos a mi cuarto: les dire toda la verdad.
El nifio movi6 la cabeza. No queria escuchar nada de labios de Etelvina. S queria Ojala todo fuera un suefio y ella siguiera siendo la mujer con cara de susto que conocieron ese dia en la plaza. Pero se sintievado por una mano timida hacia el pequefio dormitorio y ahi qued6, sentado en la cama.
Claudia, a su lado, no dejaba de hablar sobre los tres arboles que habian crecido ante sus oj os como si hubieran sido de elastico, y preguntaba si se achicarian de nuevo. Etelvina respondia con monosilabos, hasta que, afirmada en la puerta, tan blanca como las manos de Arevalo, respir6 hondo y tan fuerte que Francisco levant6 la cabeza y la mir6, desafiante.
La bruja trat6 de sonreir un poco, pero fue incapaz. Para tomar fuerzas se sent6 en el suelo, frente a los. A la cuarta vez, y cuando Francisco sentla que la ImpaclenCla era casi mas grande que el temor a 10 que ella confesaria, comenz6: -Quiero pedirles algo.
Es un servicio especial, ninos. Etelvina pens6. La bruja suspir6. Etelvina dej6 que un lagrim6n cayera sobre sus man os y. Claudia, carinosa, la interrumpi6: -Yo se quien eres, Etel: eres un hada. Etelvina qued6 en suspenso. Record6 a Meliberto diciendo palabras mas 0 menos parecidas. Nervioso, se ech6 hacia atras, para evitar to do contacto con ella: -No, no se.. Pero no eres como nosotros.
Etelvina se dio cuenta de que no podla decir la verdad. Ay, Etelvina, piensa bien. Esos ninos te quieren y las palabras mal dichas desbaratan todo. Ya cometiste un error at dejar que te descubrieran en el patio can los arboles. Ahara debes ser inteligente y dejar el recuerdo de una Etelvina alga magica y muy buena. No soy como ustedes.
Pero tengo un coraz6n igual al de ustedes, y tambien me duele si me dan un pisot6n 0 me rompen un diente Pero tambien nos alegramos con un beso y sentimos tristeza si nos ofenden Etelvina vio que Francisco no mOVla un musculo. Estaba tenso, ala espera del resto de la confesi6n. Me refiero a otra cosa. Francisco mir6 a Etelvina. Claudia mostr6 en su cara toda la confusi6n que Ie produda la pregunta.
AI fin se levant6 de hombros: -Puede ser una bruja buena Etelvina la mir6 con pena. Claudia Ie ech6 los brazos al cuello y Ie dio uno en cada mejilla. Claudia no respondi6, porque se habia aburrido, y ahora miraba los arboles por la ventana del dormitorio. Suplic6 con los ojos. Ella, entonces, se irgui6 como su madre Arevalo; la voz al principio no quiso salir, pero sali6 al fin: -Claudia 10 dijo: soy un hada. Y no es la primera persona que piensa asL El grito de Francisco al lanzarse sobre la almohada pareci6 el chillido de un pajaro asustado.
Se escuchaba "iestas mintiendo Etelvina sinti6 que la tierra temblaba mas que si una tropa completa galqpara por el campo. Pero, a pesar de todo, por encima de ese miedo atravesado por el dolor -y que no sentia desde su destierro- exclam6 con voz que por primera vez en su vida son6 ronca: -iCallate!
El nino levant6 la cabeza. Y Claudia se sobresalt6. Y recuerde: tenemos un secreto. Trataba de serenarse, pero sus manos temblaban. Claudia sali6 de la habitaci6n, un poco triste. Yo no te voy a molestar mas: manana me voy. La boca se deformaba en su afan de controlar elllanto. Y se fue a la cocina a preparar por ultima vez la comida. Francisco pas6 por su lado corriendo. Y corriendo subi6 la escala y se encerr6 con un portazo que hizo despertar a Sebastian y saltar a la abuela.
Enderez6 la espalda, arreg16 sus mechones lacios sobre la frente, y comenz6. Ahi estaba, secando un plato, con la mirada perdida, cuando la voz de la abuela la hizo sobresaltarse. La escuch6 decir, como entre suenos, que Francisco estaba raro y Claudia algo excitada. La senora repiti6 varias veces 10 mismo. Luego agreg6 que los ninos no tenian interes en ningun cuento hasta que Etelvina no terminara el famoso de iMalvarina?
Bstaba en el siglo XK. Un hornbre caminaba mientras leia'y und anciana Je conversaba a un perro. Y eso era todo? La pile Ia tenia casi hipnotizada! Un par de plernas se agitaban desde unas sabanas celestes. EI lanz6 una pelota pore aire, y ella la trat6 de recoger.
Esa era una familia. Ftelvina se acomod6 de nuevo. Parecia buena. Sus ojos eniviaban mensajes que Btelvina no quiso capter. EL beujo. Donde estaba? Y entre soibo y Sorbo del, Heuido celesie, comenzi, —Decidi que sl, perdias el sentido ta suftimiento seria. Los ronquidos en el comedor cesaron, Los zapatas de! Oo st Se call6. Y saben: por que?
TTenfa muchas ganas de llorar! La Leer ami descendencia. Pero, al parecer, ame esperado se sontoj6,.. Estaba nervioso, Hrelvina le habia pedido que furera el paje ehcarga-" do de evar las sortijas Uin, cojin de raso negro con mostacillas de plata esperaba sobre la;mesa, y en el medio, las dos argollas azabaches.
Sus ojos ya. Etelving, demasiado feliz, mirando loe ojos de su Meliberto, y la reina, por su parte, dando Srdenes a Momo para que preparata los mvis.
Francisco qued6 solo. A las doce estarta de regreso en su ciudad del siglo XX. Donde reapareceria? Pero lo mejor seria no pensar en eso ahora y disfrutar de ese acontecimiento que le esperaba. Sandy Serrano. Jucha Chavez. Roxana San Juan. Alejandra Montecinos.
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